«Atractivo, rebelde, seductor, indómito. Casi un caballero…» «Tras doce años de gestación y autorizada por los herederos de Margaret Mitchell»
Así reza la contraportada de «Rehtt Butler» hoy sujeto de mi comentario. Escrito por Donald McCaig es la segunda parte «oficial» de «Lo que el Viento se llevó», curiosamente existe otra segunda parte también autorizada por los herederos y al menos otros dos libros no autorizados que han llegado a publicarse con mayor o menor exito. Claro que me imagino yo, que EdicionesB que es quien lo publica en España quería hacer marketing de producto auténtico, no es que no sepan mirar la wikipedia, la biografía de la autora en al página oficial o hablar simplemente con la editorial estadounidense.
Para entrar en materia «Lo que el viento se llevó» fue la novela que inspiró la pelicula del mismo título y para quien haya visto la pelicula y no haya leído el libro debo decir que tiene una referencia bastante buena. Este título famosisimo sigue a día de hoy vendiéndose tanto en formato libro como en formato pelicula y os aseguro que lo he comprobado, siempre hay copias en la libreria.
Este libro nos cuenta la historia desde la perspectiva de Rhett Butler, desde sus años de juventud hasta algún tiempo después del final del primer libro.
Según la crítica Donald McCaig es un experto en historia americana y por lo visto escribe por encargo. Leído el libro me pregunto por qué nadie le encargaría escribir un libro. No es que no tenga la elegancia de la autora original, que no la tiene. Es que la historia que ha creado es un desprecio a los puntos claves que apreciabamos en el personaje. No sólo es incapaz de captar el espíritu torturado e introvertido del Rhett Butler que todos admirábamos, no señor, es que convierte a todos los personajes en burdas caricaturas de lo que eran, además de encastrarlos en una historia de acción digna del peor spaghetti western que se pueda imaginar.
Mi valoración: es un libro malo, no tiene arreglo por ninguna parte y si pudiera lo devolveria.
Esta vez se cumple aquello de «segundas partes nunca fueron buenas»